Dionisio, rey de Siracusa, escuchó rumores de que un joven llamado Pitias, estaba dando discursos y diciéndole a la gente que se debía cuestionar si él, o cualquier rey, debía tener tanto poder. Hizo llamar a Pitias ante él y el joven se presentó con su mejor amigo, Damón, a su lado.
“¿Se atreven a pararse frente al rey sin inclinarse?” les increpó Dionisio cuando vio a ambos hombres frente a él.
“Yo creo que todos somos iguales”, le contestó Pitias audazmente. “Ningún hombre debe tener poder absoluto sobre otro.”
“¿Quién te crees que eres para exponer tal filosofía y diseminarla entre mi gente?” bramó Dionisio.
“Yo hablo la verdad”, le respondió Pitias valientemente. “No puede haber nada malo en ello.”
Dionisio estaba furioso. “Te arriesgas a ser castigado, incluso a morir, por hablar de esa forma.”
“Mi filosofía me enseña a ser paciente. No le temo al castigo, ni siquiera a la muerte.”
“Veamos de qué te servirá tu filosofía en la prisión”, rugió Dionisio y ordenó a sus soldados que arrestaran a Pitias y lo encerraran en las cavernas de Siracusa hasta que prometiera no oponerse al rey nunca más.
Pitias se mantuvo fuerte y altivo. “No puedo hacer esa promesa, por tanto aceptaré el castigo”, dijo. “Pero antes quisiera ir a casa a informar a mi familia y poner mis asuntos en orden.”
“¿Crees que soy tonto?” gritó el rey. “¡Si te dejo ir, nunca regresarás!”
Entonces intervino Damón: “Póngame en la celda hasta que él regrese.”
“Accederé a este pedido, pero si en tres días Pitias no ha regresado, Damón será ejecutado”, dijo el rey.
“Yo confío en mi amigo”, dijo Damón.
Pitias viajó a su casa y Damón se quedó sentado, solo, en la profunda y oscura celda. Transcurrieron dos días y en la mañana del tercer día, Dionisio ordenó que llevaran a Damón ante él.
“Tu amigo no ha vuelto”, bramó el rey. “¿Sabes lo que eso significa? ¡Significa tu muerte!”
“Yo confío en mi amigo”, repitió Damón. “Algo debe haberlo retrasado. Pero él volverá, de eso estoy seguro.”
Al caer el sol, los soldados llevaron a Damón al lugar donde debía ser ejecutado. Dionisio lo miró con mofa. “¿Qué dices ahora de tu amigo?” le preguntó.
“Yo confío en mi amigo”, respondió Damón.
En ese preciso momento llegó Pitias corriendo, con la ropa rasgada y la cara sucia y magullada. “Gracias a los dioses que estás a salvo”, le dijo a Damón. “Mi barco quedó atrapado en medio de una tormenta y me atacaron unos ladrones en el camino. Pero no me rendí y finalmente pude llegar acá. Ahora estoy listo para recibir mi castigo.”
Siendo testigo de tal amistad, Dionisio aprendió una importante lección. Revocó la sentencia de muerte de Damón, liberó a Pitias y les pidió a ambos jóvenes que le enseñaran a ser también un buen amigo.
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